Dulces caricias by Christine Rimmer

Dulces caricias by Christine Rimmer

autor:Christine Rimmer
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 2010-12-31T23:00:00+00:00


Capítulo 8

En el Rib Shack del complejo turístico de Thunder Canyon había unas fotografías de cowboys en color sepia colgadas de las paredes. Ello le daba un cierto ambiente del viejo Oeste. Había también un gran mural con escenas de la historia de Thunder Canyon. Grant Clifton les había dicho que las había pintado Allaire.

—¡Qué bien huele aquí! —dijo Ethan.

Lizzie sonrió. Habían estado en más de un Rib Shack juntos. En todos ellos, igual que en el de DJ, olía a su famosa salsa agridulce.

Ethan le pasó el brazo por el hombro. Lizzie sintió ese escalofrío ya característico en ella cada vez que él la tocaba. Pero por primera vez se sintió tranquila, como a gusto consigo misma. Y con él. Desde aquella tarde, los dos sabían a qué atenerse. Él ya no iba a presionarla ni a comportarse como un crío porque no pudiera tener lo que deseaba de ella. Habían llegado al acuerdo de que no pasaría nada entre ellos mientras ella no quisiese.

Había una mesa muy larga casi repleta de miembros de la familia Traub. Allaire les había reservado dos asientos. Se sentaron y saludaron a los recién casados. Erin y Corey tenían la piel bronceada, y un aspecto relajado y feliz.

La comida, igual que todo en aquel local, era muy familiar e informal: grandes platos de costillas y pollo a la barbacoa para irse pasando unos a otros, fuentes de ensaladas, mazorcas de maíz con puré de patatas, cestas de galletas y patatas fritas. Todos se fueron sirviendo en los platos, se anudaron las servilletas al cuello y… al ataque.

En el Rib Shack de DJ no había que andarse con ceremonias. A nadie le importaba si a uno se le caía un churrete de salsa por la barbilla.

Lizzie se lo estaba pasando en grande. Se estaba enterando de un montón de novedades.

En primer lugar, corría el rumor de que habían abierto un nuevo asador de costillas en la ciudad, el LipSmackin’ Ribs en el centro comercial del casco nuevo.

—Sí, ya lo he visto —afirmó DJ, con indiferencia—. Estuve allí solo para echar un vistazo.

—Apuesto a que se te salieron los ojos de la cara —dijo Shandie, la esposa de Dax, sonriendo.

—Sí —aseguró Erin—. He oído que las camareras van allí en minifalda y con unas camisetas muy cortas y ajustadas que van enseñando la tripa. Y las camisetas llevan por delante, o por detrás, no recuerdo bien, unos grandes labios pintados de rojo.

—¿Estás preocupado por la competencia que te ha salido? —le dijo Dax, en tono de burla.

—En absoluto —respondió DJ—. Las camisetas ajustadas y las minifaldas no venden costillas. Haced caso a la palabra de un experto. El secreto está en la salsa.

Un murmullo de aprobación se extendió por toda la mesa.

DJ informó entonces a todos de que Arthur Swinton, el sinvergüenza más famoso de la ciudad, había muerto, al parecer, de un ataque al corazón en la cárcel. Arthur que había sido miembro del ayuntamiento durante mucho tiempo, había cometido desfalcos y malversación de fondos de las arcas públicas durante años.



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